«Todo cae y es construido de nuevo». Yeats.
¿A partir de cuántos muertos un crimen se convierte en matanza? ¿Cuántos más hacen falta para que sea considerada una masacre? ¿Y a partir de qué numero, aunque sea aproximado, podemos empezar a hablar de genocidio? Se lo preguntaba hace años Robert Fisk, con palabras parecidas, y muchos otros periodistas nos lo volvemos a plantear cuando hacemos balance de cada incursión israelí en los territorios palestinos.
En realidad es un dilema sin respuesta porque no todos los muertos cuentan lo mismo. Su valor depende de la nacionalidad y, como ha escrito Enric González, de la religión y de la mano que les mata. Ha bastado un centenar de hombres y mujeres cristianos asesinados en Iraq por los bárbaros de IS para que medio mundo occidental, incluida Naciones Unidas, comience a denunciar la «masacre» e incluso el «genocidio». Con quince o veinte veces más víctimas civiles en la franja de Gaza casi nadie ha sido tan contundente. Al menos en público.
La elección del término adecuado para cada conflicto forma parte del complejo oficio de informar. Porque el lenguaje transmite la carga ideológica de quien lo utiliza. Quienes ahora tachamos de «terroristas» en Afganistán fueron antes calificados como «guerrilleros» o incluso, en tiempos de Reagan, como «luchadores por la libertad» contra los soviéticos. Y el «terrorista» Mandela acabó convertido en el último gran referente global.
Los gobiernos -que también modulan el lenguaje según sus intereses o sus alianzas- quieren que presentemos los conflictos (vuelvo a Fisk) como un drama de opuestos: el bien y el mal, nosotros y ellos, victoria y derrota. La realidad es muy distinta y está llena de matices. Asesinar civiles israelíes en un autobús público, como ha hecho Hamas y otras facciones palestinas durante años, es sin duda un acto de terrorismo. Disparar un misil de media tonelada sobre un edificio en Gaza para matar a un líder islamista, y de paso a todos sus vecinos, también lo es. Aunque casi nadie lo diga.
Minimizar los crímenes cometidos por Israel sigue siendo una tendencia mayoritaria, sobre todo, en la prensa occidental. A pesar de que estamos ante la última guerra colonial del mundo, la última guerra contra una ocupación ilegal, cuando los palestinos matan a israelíes -aunque sean militares- tendemos a presentarlos como bárbaros o asesinos. Y, en cambio, cuando los israelíes matan palestinos -aunque sean civiles- muchas veces presentamos los crímenes como dramas o tragedias inevitables.
Los supuestos escudos humanos
Ahora se repite que mueren civiles porque Hamas los utiliza como escudos humanos. Israel, con toda su flota de drones sobrevolando una franja de 40 kilómetros de longitud, no ha aportado ninguna prueba. Tampoco han conseguido demostrarlo ninguno de los cientos de reporteros que trabajado estos días en Gaza. Solo hay, de momento, algunos testimonios inquietantes. La periodista finlandesa Helsingin Sanomat informó que había visto lanzar cohetes desde el hospital de Shifa. Y un equipo de la televisión india NTDV tomó imágenes de milicianos de Hamas disparando a solo unos metros de la habitación de su hotel.
Durante la última guerra del Líbano había un tanque israelí lanzando obuses día y noche todavía más cerca de la habitación de mi hotel -y el de otros periodistas- en la ciudad de Metula. En un conflicto asimétrico todos los ejércitos pelean entre la gente.
Desproporción en la propaganda
Lo que ocurre es que la maquinaria de propaganda israelí es muy activa, está muy bien organizada y tiene un alto nivel de sofisticación que le permite descender incluso hasta los pequeños detalles. Hace unos años, cuando los periodistas nos acreditábamos en el centro de prensa del gobierno de Israel, solía atendernos una amable oficial que tenía en su despacho una gran fotografía en blanco y negro con dos niños pequeños: eran familiares muertos en un atentado de Hamas. Esta era la primera imagen que el periodista retenía en la memoria al entrar en Israel.
Es muy probable que Hamas haya vuelto a mentir, como en 2008, y la cifra de mujeres y niños muertos sea inferior a lo que denuncia su gobierno. Porque eso significa que hay muchas más bajas entre los varones en edad de combatir, es decir, entre sus filas u otros grupos de la resistencia. Falsear las cifras de víctimas en tan antiguo como la guerra misma. Pero, en general, la propaganda palestina es primitiva. Como mucho, algún barbudo te pide que no grabes su rostro, o no accedas a tal o cual lugar donde probablemente preparen el lanzamiento de cohetes. Así funciona también esto de contar los conflictos.
Desproporción en el uso de la fuerza
¿Por qué entonces, si es evidente esta disparidad de recursos, Israel ha perdido esta vez -y no es la primera- la guerra de la información? Pues porque, por mucho que se empeñen sus portavoces oficiales y extraoficiales, hay un grave problema de desproporción en el uso de la fuerza. Además de casi 2.000 muertos, la operación «Margen protector» deja más de 10.000 heridos y decenas de miles casas destruidas: solamente en la ciudad de Gaza, entre el 20 y el 25 por ciento de las viviendas son inhabitables. Israel ha vuelto a bombardear escuelas, mezquitas y hospitales.
La verdadera tragedia para los palestinos comienza ahora. Cuando se marchen los periodistas y se vuelvan a quedar sin voz. La mayoría de los muertos ya descansan para siempre, otros se pudren en el infierno, pero los supervivientes tienen por delante la titánica tarea de seguir respirando en una enorme cárcel que además ha sufrido en estos días un nivel de destrucción sin precedentes según la ONU.
El compromiso con la realidad
Eso es lo que han visto y han contado la mayoría de periodistas desplazados a Gaza. Por eso acusaron desde Israel sin motivo alguno, nada menos que de trabajar a las órdenes de Hamas, a la enviada especial de TVE Yolanda Álvarez. Por eso suelen ser relevados los corresponsales, sobre todo de los medios anglosajones, después de un tiempo de trabajo en Oriente Próximo. Es muy habitual que sean acusados de volverse propalestinos en sus crónicas. En realidad, aunque no les guste a sus jefes, se comprometen con lo que ven y lo que escuchan.
Ante la barbarie, venga de donde venga, los periodistas estamos obligados a denunciar los crímenes. Como los gobiernos y las instituciones internacionales deben levantar la voz contra los agresores. Si unos y otros no lo hacemos, de alguna forma nos situamos junto al transgresor de la legalidad y concedemos legitimidad a la violencia. Por eso ahora en Gaza, como antes en muchos otros conflictos, es imposible la neutralidad.
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