Cada vez que los europeos acuden a las urnas crecen los partidos populistas y de ultraderecha, pero en esta ocasión han obtenido sus mejores resultados: ganan en Francia, el Reino Unido y Dinamarca, y se sitúan entre las partidos más votados en otros seis países importantes del continente. En todos los casos han cosechado un apoyo masivo e incluso mayoritario de los electores con mensajes xenófobos. Presentan a las personas inmigrantes como una amenaza. Y prometen mano dura.
«Terremoto» en Francia
La prensa ha recurrido a titulares efectistas como «Terremoto», «Shock» o «Big bang» para describir la victoria electoral del Frente Nacional de Marine Le Pen. En el país que fue cuna de la Ilustración, de los Derechos Humanos, del Estado de Derecho y la separación de poderes ha ganado un partido cuyo fundador -padre de la actual líder- llegó a asegurar en un mitin que el «Ébola puede resolver el problema de la inmigración en tres meses». Una barbaridad que no ha ahuyentado a los votantes. Aunque es cierto que Marine Le Pen ha limado con habilidad las asperezas más evidentes de su discurso para aglutinar el descontento de la población tanto a derecha como a izquierda.
El primer ministro Manuel Valls, hijo de inmigrantes españoles, fue el primero en utilizar el término «terremoto» para calificar la victoria del FN. Compungido ante las cámaras advirtió que las instituciones europeas deben dar una respuesta rápida ante el avance imparable de la ultraderecha. Parecía olvidar que fue él mismo, como ministro de Interior, quien ordenó las polémicas expulsiones de ciudadanos gitanos hace solo unos meses. Intentó atraer el voto del miedo y el descontento entre los sectores más conservadores o más castigados de la sociedad francesa. Marcó el camino. Ahora puede ser tarde. Marine Le Pen exigió anoche la disolución de la asamblea y la convocatoria de elecciones.
Victoria histórica de UKIP
Nigel Farage, un tipo de ademanes bruscos y boca cuartelera, también dibujaba anoche una sonrisa exagerada. Su Partido de la Independencia Británico (UKIP había conseguido una victoria histórica de verdad: es la primera vez desde 1910 que un tercer partido gana unas elecciones en el Reino Unido, por delante de laboristas y conservadores. Farage ha conseguido aglutinar el voto euroescéptico, mayoritario en las islas, pero ha incluido en su campaña mensajes intimidadorios. Un diputado de su partido calificó a las personas homosexuales como «pervertidas» y a los inmigrantes como «gorrones·. Y el propio Farage, en una entrevista en la LBC aparentemente desastrosa, ante la insistencia de un periodista incisivo llegó a preguntarse: «¿qué es el racismo?»
La victoria del Partido Popular de Dinamarca, también de extrema derecha, plantea otra paradoja que se repite en el continente: no triunfan los partidos xenófobos en los países con mayor porcentaje de personas migrantes. De hecho, en Dinamarca solamente hay 2,25 trabajadores extranjeros por cada mil habitantes. Lo mismo ocurre en Holanda (1,97), Austria (1,76), o Hungría (1,34), y en todos ellos las formaciones xenófobas se han colocado entre los tres partidos más votados. En España hay muchos más ciudadanos extranjeros: 7,24. Es decir, la realidad del fenómeno migratorio no siempre se corresponde con la imagen que de él llega a los ciudadanos, y en la conformación de esa realidad simbólica intervienen tanto los políticos que lanzan mensajes de odio para captar votos como los medios de comunicación que difunden portadas como estas.
Como resultado, después de estas elecciones, muchos inmigrantes deben de estar pensando en hacer las maletas. Imprescindibles para el crecimiento económico en tiempos de bonanza, ahora son vistos como un lastre que debemos abandonar para mantenernos en la superficie, como una amenaza para nuestra estabilidad e incluso para nuestra identidad. Ello no sería posible si antes no hubiéramos deshumanizado el fenómeno migratorio. Si no hubiéramos hablado de los trabajadores extranjeros con cifras en vez de poner nombre y rostro a cada una de las personas que vinieron a Europa para trabajar. Si no los hubiéramos estigmatizado con tópicos y estereotipos. Porque ahora el problema no es que haya euroescépticos, eurocríticos o eurofóbicos en el Parlamento de Estrasburgo, sino partidos que culpan de la crisis a los inmigrantes. Como Jobbik, de Hungría, cuyas milicias se dedican a cazar gitanos.