1. Un castigo colectivo
Angela Merkel no es nazi, ni ha dado un golpe de estado, pero en la dureza de las instituciones europeas con Grecia hay algo (probablemente mucho) de castigo colectivo. Nadie se ha atrevido a reconocerlo, claro, pero tal vez por la falta de sueño después de 19 horas de negociación se le escapó al ministro eslovaco de Finanzas en un tweet que algún asesor le aconsejó borrar a los pocos segundos: «el compromiso que hemos alcanzado es duro para Atenas, dijo textualmente, como resultado de su primavera griega».
Es obvio que Grecia no ha ocurrido nada comparable a las «primaveras» de Oriente Medio, pero la elección del término revela los motivos reales del enfado con Atenas, que son básicamente dos. En primer lugar, el triunfo electoral de Syriza, una coalición de izquierdas que llevaba en su programa la oposición a las políticas tradicionales de austeridad. Y en segundo lugar, aunque tal vez más importante, la decisión del gobierno de izquierdas de convocar un referéndum durante las negociaciones con los acreedores.
Son dos razones de corte político o ideológico. Obviamente, el resto de líderes europeos están en su derecho de discrepar sobre las preferencias de los electores griegos y de las decisiones tomadas por su gobierno, aunque Syriza ganara las elecciones con una sólida mayoría y nadie se atreva a discutir la legalidad de sus decisiones. También es entendible que los gobiernos (mayoritariamente conservadores) de la Eurozona hagan todo lo posible para que esa nueva forma de hacer política se extienda por otros países del sur de Europa, sobre todo en los que se van a celebrar pronto elecciones, como España.
Sin embargo, castigando con este acuerdo al gobierno de Syriza, castigan a todo el pueblo griego. Todos los ciudadanos, sin excepción, tendrán que pagar más impuestos para obtener menos y peores servicios públicos gracias a una nueva dosis de austeridad que hasta ahora se ha revelado como ineficiente (además de profundamente injusta) para resolver la crisis. Incluso quienes no ganan lo suficiente para comer una vez al día también tendrán que pagar más dinero por productos básicos. Por eso la legislación internacional prohibe los castigos colectivos.
2. La crisis se agravará
Nadie duda que Grecia sale perjudicada por el «catálogo de atrocidades» (cita textual del semanario alemán Der Spiegel) que el primer ministro Alexis Tsipras se vio obligado a firmar con la pistola de la bancarrota en la sien. Hasta The Economist, referente clásico del neoliberalismo, reconoce que «un trato decente habría puesto Grecia en el camino hacia el crecimiento sostenible». «En cambio, añade, Europa ha cocinado la misma receta antigua de austeridad y supuestos inverosímiles».
Con la misma receta de austeridad, es imposible que crezca la economía de un país que ha perdido el 20 por ciento de su valor desde 2008, que ha visto crecer su deuda durante el mismo periodo de tiempo desde los 48.000 a los 300.000 millones de euros, casi a la misma velocidad que se disparaba el desempleo (del 6% al 28%) y caían los salarios públicos y privados (entre el 40% y el 50%) hasta dejar a una cuarta de la población bajo el umbral de la pobreza. Todo indica, por contra, que la situación irá a peor.
3. ¿Qué hay después de Syriza?
El primer ministro Tsipras mantiene, de momento, un elevado nivel de popularidad. Una amplia mayoría de los ciudadanos parece reconocer su esfuerzo para conseguir un acuerdo mejor. Y no cabe duda que tanto la convocatoria del referéndum, como la victoria del NO, reforzaron su liderazgo en la sociedad griega. Parece evidente que a los ciudadanos les gusta que les pregunten cuando hay tanto en juego para su futuro. Y también eran muy conscientes del peligro de la bancarrota o una salida abrupta del euro. Es algo que no se ha explicado bien en el resto de Europa, pero con la opción del Grexit peligraba incluso el suministro de agua potable a las islas griegas. Así eran las dimensiones reales del desafío.
Sin embargo, es previsible que la popularidad de Tsipras disminuya cuando comience a aplicar los recortes a los que está obligado, si quiere acceder al tercer rescate del país. ¿Y qué ocurrirá entonces? Laminada la oposición tradicional del Pasok y Nueva Democracia, porque ambos partidos están en caída libre, en el espectro político griego solo quedan los centristas de Potami (incapaces de conectar con la mayoría de la sociedad) y tres grupos más o menos extremistas: los comunistas de KKE, la derecha nacionalista de Anel y los neonazis de Amanecer Dorado. Solo ellos podrían resultar beneficiados por la pérdida de apoyos de Syriza en un contexto, además, en el que ha calado el argumento de la «humillación» hacia Grecia y su respuesta de «dignidad». Un estado de ánimo propicio para el ascenso de formaciones ultras.
4. Europa pierde legitimidad
Grecia sale perdiendo en el pulso con las instituciones europeas, pero tampoco hay nada que celebrar en el resto del continente, por muy beneficiados que resulten algunos líderes a corto plazo. Porque países que antes eran «socios» de Grecia se han convertido solo en «acreedores» dispuestos, además, a expulsar del club a un país miembro si no cedía a sus exigencias. A partir de ahora será más difícil creer que el proyecto sigue regido por los valores de justicia y solidaridad que inspiraron su Carta Fundacional. Europa pierde así legitimidad como potencia «benigna» en la escena global.
La crisis ha dejado en evidencia las carencias del proyecto europeo, pero también las limitaciones de sus líderes actuales, incapaces de ofrecer una alternativa a la estrategia de «fingir y aplazar» con la que han contribuido a agravar la crisis griega desde hace cinco años. Es incluso sonrojante que hayan tenido que ser líderes ajenos a la Unión Europea, como Obama, quienes hayan alertado sobre las consecuencias geopolíticas de la transformación de Grecia en un estado fallido. Y que fuera el Fondo Monetario Internacional, y no el Banco Europeo, quien advirtiera que Grecia no podrá pagar su deuda porque es sencillamente imposible. Europa tiene un grave problema de identidad que deberá resolver lo antes posible si no quiere convertirse en un actor (todavía más) irrelevante en la escena global.
5. La responsabilidad de los medios
En su inmensa mayoría, los ciudadanos no se muestran impasibles ante el dolor ajeno, más bien al contrario. Y queda claro con las muestras de solidaridad que siguen a las grandes catástrofes naturales, pero también con pequeños detalles de la vida cotidiana: ciudadanos anónimos ayudan a los más débiles cuando les ven caer en desgracia. Sin embargo, a mayor escala, hay un problema de invisibilidad de los colectivos que sufren. Solo ello explica que muy pocos se escandalicen en España porque uno de cada tres niños vivan en la pobreza. O que muy pocos se escandalicen en la Unión Europea porque en un país miembro haya un tercio de la población excluida del sistema sanitario.
Dentro de cada país, pero también a escala europea, hay mundos muy diferentes que funcionan como compartimentos estancos. Sin posibilidad de transmitir o recibir información de lo que ocurre más allá. Y ahí es donde entra la responsabilidad social de los medios de comunicación, que deberían abrir vías de comunicación entre las diferentes realidades, para que los ciudadanos puedan posicionarse y actuar en consecuencia. Muy pocos quedarían impasibles, por ejemplo, si pudieran visualizar (a través de un buen reportaje) lo que ocurre en los hospitales de Médicos del Mundo en Atenas: enfermos crónicos que no pueden pagar sus medicinas y niños con el estómago hinchado como consecuencia de una deficiente alimentación. Escenas imposibles hace solo cinco años en el corazón de Europa sin mediar un conflicto armado.
En la mayoría de medios de comunicación europeos se han destacado las imágenes de colas en los cajeros automáticos sin prestar apenas atención a las personas sin techo que duermen en ellos. Se han mostrado imágenes de supuestos supermercados desabastecidos (como consecuencia del corralito) que ningún reportero en Atenas conseguía encontrar, o de bares supuestamente vacíos, cuando es difícil encontrar lugar en una terraza por la noche. Así es muy difícil que los ciudadanos sientan empatía hacia otros europeos que están sufriendo las consecuencias de un castigo colectivo, aunque no haya habido un golpe de estado, ni Angela Merkel sea nazi.
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