(He actualizado el titular con la cifra final de víctimas. El original era «Biquinis a 4 euros y 400 muertos).
Los equipos de rescate recuerdan las voces de las personas atrapadas como una mezcla de súplicas, ruegos, gritos y gemidos que emergían entre montañas de escombros. Siete días después, ya no buscan supervivientes, sino cadáveres. Han recuperado casi 400 muertos y todavía hay centenares de desaparecidos. Sus familiares se arremolinan ante las cámaras de los periodistas con pequeñas fotografías de los padres, madres, hijos o hermanos que jamás volverán a ver con vida.
El colapso de un edificio de ocho plantas en Bangladesh, en el que se funcionaban cinco empresas textiles, es ya uno de los peores accidentes laborales de la historia reciente. Otro drama humano en los llamados “talleres de la miseria” que se multiplican en Asia y que organizaciones no gubernamentales como Ropa Limpia o Labour Behind the Label (Trabajo Bajo la Etiqueta) llevan años denunciando. Porque hay una cadena de personas y empresas responsables que llega hasta las tiendas y centros comerciales donde compramos ropa barata.
El Corte Inglés y Mango
Las víctimas del edificio Rana Plaza trabajaban, al menos, para dos empresas españolas: El Corte Inglés y Mango. También para las británicas Primark y Bonmarché, la italiana Benetton, la canadiense Loblaw y otras alemanas menos conocidas. Estos nombres se han ido colando en los medios de comunicación con dificultades por la enorme presión que ejercen estas firmas a través de los contratos de publicidad.
El Corte Inglés asegura en un comunicado que corresponde a “las autoridades locales” garantizar la seguridad de los edificios industriales, ya que “está en su mano la posibilidad de realizar las inspecciones técnicas convenientes”. Un argumento similar esgrimió la empresa después del incendio en el edificio Tazreen de Bangladesh, donde murieron 112 trabajadores, el pasado 24 de noviembre. Semanas después anunció que contribuiría a pagar 5,7 millones de dólares a las víctimas, junto a otras firmas, como C&A y KIK.
¿Cómo puede costar un biquini 4 euros? Es menos de lo que cobra por media hora de trabajo una empleada del hogar en cualquier país europeo. Ofertas como ésta se anuncian en la página web de Prymark. También se pueden encontrar pantalones de mujer y camisas de caballero a cinco euros. Eso sólo es posible si las prendas están confeccionadas en países como Bangladesh, donde los empleados de la industria textil ganan de media 34 euros al mes, poco más de un euro al día. Por jornadas de 60 horas semanales. Y en edificios que son trampas mortales porque no se cumplen las mínimas garantías de seguridad.
El edificio Rana Plaza tenía cinco plantas cuando fue construido. Después le añadieron tres suplementarias sobre la estructura original. Y en el momento del accidente estaban edificando una novena. El día anterior se detectaron unas grietas en las paredes. Los once empleados de una oficina bancaria, situada entre las empresas textiles, fueron desalojados y salvaron la vida. A algunos trabajadores textiles les dijeron que era seguro regresar. otros les obligaron sus capataces a seguir en la cadena de producción.
18 inspectores para 100.000 fábricas
En junio de 2012, tan sólo había 18 inspectores y subinspectores para controlar 100.000 fábricas en el distrito de Dacca, donde se ubica el edificio. Tan sólo el sector de indumentaria emplea a cerca de 3 millones de trabajadores. Las infracciones sólo dan lugar a multas de 13 dólares por caso. Human Rights Wath denuncia que los propietarios reciben avisos desde la administración. Roy Ramesch, dirigente sindicalista de Bangladesh, sentencia que lo ocurrido es “un asesinato en nombre del beneficio”.
En la blogosfera circula estos días un argumento peligroso: la industria textil ha sacado de la pobreza extrema a millones de personas, que tienen la agricultura de subsistencia como única alternativa, y el regreso de estas empresas a Europa o los Estados Unidos sería un desastre (también) para los países en desarrollo. Los beneficios, vienen a decir, son mayores que los riesgos.
¿No hay alternativa entre el cierre de las factorías y la desregulación que posibilita estas condiciones de trabajo inhumanas? ¿Acaso no es posible seguir produciendo a precios competitivos en factorías seguras, sometidas a inspecciones regulares, y donde los empleados reciban un salario digno y una formación adecuada? ¿Ni siquiera podemos sacar a los niños que trabajan en las fábricas? Son preguntas que valen para Bangladesh, pero también (con matices) para Vietnam, India o China.
Si 154 paises se han puesto de acuerdo en la ONU para impedir la venta de armas a gobiernos que violan los derechos humanos, también debe ser posible un pacto similar para no comprar camisetas, zapatillas o calcetines confeccionados en condiciones de semi-esclavitud. Y no duden que muchos consumidores estaríamos dispuestos a pagar algo más de cuatro euros por un biquini si con ello contribuimos modestamente a evitar que se repita la tragedia del Rana Plaza.